Crónica

Postal 2

 México, 2006. Luz y sombra


María Ceja, se arregló con desgano como cada noche desde que dejó la escuela para entrar a trabajar como fichera, es decir, como acompañante de baile en un antro de mala muerte en Uruapan, Michoacán. Se acomodó la minúscula falda de mezclilla sobre su cuerpo casi niño y su pelo ondulado cayó sobre el escote de su espalda. María, tenía ya la piel curtido por varios meses de noches al filo del peligro, entre borrachos y matoncillos que le pagaban con una ficha de 20 pesos el favor de un baile y una copa. Pero María no estaba preparada para enfrentar lo que la madrugada del 26 de septiembre de ese caótico 2006, le deparaba.

A las tres de la mañana, cuando había logrado casi la cuota de diez fichas que se exigía a si misma cada noche, y mientras bailaba desganada con un machito que insistía en llevársela a un hotel, oyó a lo lejos unos gritos, sintió movimientos extraños, la semioscuridad del antro no le permitía ver nada. Solo pudo retener la lentitud pasmosa, como en cámara lenta de los acontecimientos que fueron deshilvanando el horror. Al grito de “nadie se mueva”, un comando armado de hombres encapuchados y vestidos de negro, arrojó al centro de la pista de baile, el contenido macabro de una bolsa de plástico, salieron rodando 5 cabezas humanas, recién cortadas, sangrantes aún. María no supo qué hacer, se quedó mirando con una mezcla de incredulidad y fascinación, no pudo evitar fijar sus ojos desvelados en esos rostros que aún era posible reconocer en las cabezas. No sintió nada, en el momento, quizás por lo inesperado y ridículo del espectáculo, todo fuera de lugar, pasando irrealmente. Pero todo era cierto y María Ceja se sintió arrastrada por la gente, empujada hacia la puerta del antro, en medio de gritos y órdenes confusas. Luego, salió de la anestesia y tuvo que enfrentar el brutal interrogatorio de los agentes federales, que la trataron a ella y a sus amigas, como culpables del suceso, como las putas que eran, asumió uno de los agentes, debían saber, seguro escondían algo, con certeza eran cómplices de los decapitadotes o tal vez, amantes de los decapitados. Entre el cuerpo de María y los agentes, un vacío, una enorme ausencia de democracia, un orden colapsado.

María no lo pensó quizás, ni siquiera logró entender lo sucedido, pero quizás la pregunta a plantear es cuántas cabezas cortadas se requieren para poner en aprietos a la democracia.





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