Ensayo
La nuda muerte: de la biopolítica a la
necropolítica
y más allá[1]
El pasado 17 de marzo de
2015, presenté avances de una de las investigaciones que vengo realizando desde
el 2007 “Cuando morir no es suficiente: gramática de las violencias, jóvenes y paralegalidad”, en el
marco del Seminario Permanente en Estudios Socioculturales del Programa Formal
de Investigación en Estudios Socioculturales del ITESO, en el que participo con
varias y varios colegas desde el año 2000.
En esa sesión presenté
avances vinculados al asesinato y desaparición forzada de los estudiantes de la
Normal Raúl Isidro Burgos, en Iguala Guerrero: La turbulencia en el paisaje: de jóvenes necropolítica y 43 esperanzas.
El texto, datos y análisis
presentados están en su fase de borrador; pero es costumbre del Programa
(PFIESO), invitar a colegas para comentar, hacer observaciones, discutir los
ejes, conceptos, categorías y enfoques con los que trabajamos.
En la sesión aludida, tuve
el honor de contar con la participación como comentarista del Dr. Igor I.
González Aguirre de la UdG.
Porque considero que el
texto que resume sus comentarios es de sumo interés para seguir pensando juntas
y juntos, reproduzco, con su autorización, su respuesta a mis avances. Con mi
agradecimiento no solo por la claridad de su palabra, si no también por su
lectura atenta y el trabajo fino sobre los ejes de mi argumentación.
Gracias Colega.
La nuda muerte: de la biopolítica a la
necropolítica
y más allá[1]
J.
Igor Israel González Aguirre
@jiigonzaleza
Hace un par de décadas, Giorgio Agamben se
embarcó en una tarea sumamente ambiciosa: navegar por el pensamiento oceánico
de Foucault hasta atravesarlo por completo. De manera específica, este
entrañable italiano nacido en Roma, alumno brillante de Heidegger, se involucró
en la tarea de llevar hasta sus últimas consecuencias las reflexiones foucaultianas
y pensar la política más allá del biopoder. Entre 1995 y 1996, estos esfuerzos
quedaron plasmados en sus textos titulados Homo
sacer: Il potere sovrano e la nuda vita; y Mezzi sensa fine. De la mano de Platón –y un poco también junto con
Arendt, Marx, San Agustín, Kafka y otros- Agamben postulaba que la politización
de la vida nuda, de la vida como tal, representaba el acontecimiento fundacional,
de la modernidad. Así, la hipótesis central que atraviesa tanto al Homo Sacer como al Mezzi y a algunos otros textos más recientes sugiere que la
arquitectura institucional moderna, es decir, los regímenes políticos
contemporáneos –tanto democráticos como totalitarios- se han desplegado en un
espacio jurídico-instituido que tiende a clausurar a los sujetos, a tutelarlos
prácticamente en cada uno de los aspectos de su vida. Y desde luego, a gobernarlos
también en relación con su muerte.
Bajo esta perspectiva,
Agamben observaba que más que una serie de anomalías, las grandes tragedias de
la humanidad –tales como el Holocausto y los campos de concentración, hechos en
los que éste se enfoca- constituyen una consecuencia inevitable del origen de
la política occidental. En tales espacios el ser humano es despojado por
completo de su bios, de la vida que le es propia, particular, y queda
expuesto en su pura zoé, es decir,
reducido a la vida a secas, a aquella que es descartable, desechable,
aniquilable sin mayores consecuencias.[2]
Ésta es en pocas palabras la consecuencia funesta de la politización de la nuda
vida: la gestión y la administración institucional de la dimensión vital de la
humanidad y, en consecuencia, la emergencia del Homo sacer: un individuo excluido de la comunidad que puede ser
eliminado con toda la impunidad posible (pero que de algún modo es
insacrificable). Sobra decir que la nuda vida, cuando es dispuesta y organizada
por el andamiaje institucional se convierte, también, en la nuda muerte, en el
estado de excepción que suspende todo orden posible, en la barbarie
formalizada. Lo anuncio desde ya: el nombre que Reguillo ha adoptado para
referirse a este horizonte es el de la necropolítica en tanto esfera situada
más allá del biopoder y de su reformulación más contemporánea: la biopolítica.
Volveré más adelante sobre este punto.
Pero antes de desarrollar
este aspecto vale la pena poner de relieve que recurro a esta apretadísima
revisión de un par de las ideas de Agamben porque me parece que desde hace un
tiempo para acá, Rossana se ha propuesto una tarea cuya magnitud es equiparable
a la que en su momento se impusiera el laureado egresado de la Universidad de
Roma. Si entonces éste nos invitaba a reconfigurar las categorías de la
filosofía política clásica y repensar lo político junto con Foucault, Reguillo
nos coloca hoy frente a un desafío que impone rutas paralelas: en compañía de
Achille Mbembe, Rossana esboza algunas de las coordenadas fundamentales para
comprender nuestro presente, nuestro doloroso presente mexicano. Ello a través
de la incorporación al arsenal conceptual de las nociones de necropoder y
necropolítica.
Más adelante retornaré a la
lectura que nos ofrece Reguillo acerca de estas nociones, porque es de suma
importancia. Por el momento es pertinente mencionar que el texto que hoy nos
convoca inicia con el aviso de que la pregunta que articula sus argumentos
resultará incómoda no tanto por las respuestas que podría suscitar, sino por
todo lo que involucra el hecho de formularla. Desde mi punto de vista, el
adjetivo se queda corto: más que incómoda, la interrogante es escalofriante y
desgarradora. ¿De qué mueren los
jóvenes?,
se cuestiona y nos cuestiona Rossana. Desde luego, la pregunta incomoda por lo
que supone: la muerte. No cualquiera, sino la de la juventud, la cual es (o
debería ser) el epítome de la vida. Pero también representa una ruptura, un
punto de quiebre que pone de relieve el agotamiento del proyecto moderno y el
límite de la vigencia de la institucionalidad derivada de éste. Esto no es poca
cosa. Tal como lo señala Reguillo lo que se evidencia es el fracaso de un
modelo de desarrollo que prometía progreso social y económico; y que en última
instancia trajo consigo la profundización de las desigualdades, la inequidad en
el acceso y la distribución del poder, la vulneración y precarización de
amplios sectores de la población; y de entre éstos, los más afectados
históricamente han sido los jóvenes.
Desde luego, ésta es una
tendencia observable a escala global. Ante ello, Rossana evidencia lo que
ocurre en el caso mexicano. La pregunta, pues, persiste y se focaliza. ¿De qué
mueren las y los jóvenes mexicanos? La respuesta es contundente: se matan o los
matan. Mueren pues a causa de la violencia.
Las cifras que se presentan en el texto son mucho más que incómodas.
Reguillo señala que tan sólo en el 2012, en nuestro país encontraron la muerte
20 658 jóvenes, es decir, más de 20 mil hijos, hermanos, estudiantes, esposos,
padres. De éstos casi la mitad de los fallecimientos se debió a la violencia
directa. Más aún, a contracorriente de lo argumentado por el discurso oficial,
Reguillo plantea que la violencia no es situacional, sino que atraviesa al país
por todos los costados, y lo desangra. No es un tema localizado en dos o tres
zonas “calientes”, sino que constituye un flagelo que se despliega por todo el
territorio nacional. No cabe duda que el manto de lo violento ensombrece el
presente pero también el futuro. Escribo esto y no puedo evitar pensar en un
texto que titulé El umbral de la noche
del mundo, el cual fue presentado hace un par de meses en un congreso sobre
Revueltas y Revoluciones (realizado en la altamente significativa Praga). Ahí
pretendía reflexionar –en un intento de domar un poco el miedo y la rabia-
acerca de Ayotzinapa en términos de lo que Badiou define como Acontecimiento.
Rossana lo hace aquí mucho mejor que yo. En fin, de cualquier manera, no cabe
duda que habitamos justo en ese umbral en el que la noche se cierne sobre
nosotros y se abre un abismo al que ella propone que nos asomemos. Propuesta
incómoda, seguro. Desgarradora como pocas.
Apoyada en los argumentos de
Achille Mbembe (2003),[3]
Reguillo plantea la pertinencia de desplazar la mirada analítica hacia la
existencia de un poder difuso, que no necesariamente se encuentra anclado en el
Estado (y a partir de esta afirmación plantearé hacia el final un par de
preguntas). A pesar de ser borroso, este poder tiene efectos muy concretos,
puesto que entrevera lo que el autor camerunés ya mencionado refiere como
“economía de la muerte” en el plano de las relaciones de producción y del
ejercicio del poder. Es precisamente en este desplazamiento, en la
reformulación de las preguntas que interrogan por el control de la vida y el
poder sobre la muerte, en el que emerge la noción de necropoder.[4]
Pero no solo eso. También se postula el horror como categoría de análisis
–sentencia Rossana-. Este es un asunto fundamental en los planteamientos de la
citada autora, puesto que implica un desplazamiento analítico que contribuye a
la reconfiguración del modo que tenemos para interpretar este desolado mundo.
Retrotraer al horror como categoría analítica implica pensar, junto con Mbembe
(2003), en la emergencia de mundos de
muerte, en instrumentos capaces e Es
precisamente en el centro de este mapa conceptual donde es posible producir
cierta inteligibilidad para comprender el presente. Pero para ello se requiere
modificar de manera radical el marco de las preguntas posibles, es decir, el
episteme. Todo ello implica –asevera Reguillo- “socavar las bases en las que se
asienta nuestra comprensión del mundo”. Hace dos décadas era Agamben quien
hacía esta invitación. Hoy Rossana lanza de nuevo el desafío. Nuda vida. Nuda
muerte. Necropolítica.
Las consecuencias de este
abordaje no son menores. El recuento de desapariciones que Rossana enumera en
su texto puede leerse –a la luz de los argumentos de Mbembe- como un proyecto
del necropoder, a partir del que se elimina y oblitera toda posibilidad para la
juventud. Juvenicidio es el término que utiliza la autora para referirse a
estas catástrofes. Esta noción resulta crucial puesto que
“…nombra,
ilumina, elucida la muerte sistemática en función del valor del cuerpo joven,
valor que aceita la maquinaria de la necropolítica. Valor que puede definirse tanto por
positividad (yo te secuestro y después de obtener ganancias de distinta índole,
materiales, simbólicas, territoriales; te elimino), como por negatividad (yo te
desaparezco y te aniquilo, porque tu vida me estorba y eres más útil muerto)”
(Reguillo, 2015).
Recordaba, más arriba, el
surgimiento de una economía de la muerte, tal como lo siguere Mbembe. Creo que
con esta cita Rossana nos ofrece un claro ejemplo de lo anterior. Finalmente,
el texto llega al horror de Ayotzinapa. En términos sucintos se enumera el
gravísimo saldo que ha dejado hasta ahora este acontecimiento:
“6
muertos (uno de ellos, desollado), 5 heridos de gravedad (dos al borde de la
muerte) y la desaparición forzada de 43 estudiantes (uno de ellos identificado
por un hueso); un presidente municipal y su esposa presos; un gobernador
destituido, un palacio de gobierno y
varios edificios gubernamentales en llamas; una presidencia terriblemente
cuestionada ya no solo por los mexicanos, sino además por la comunidad
internacional y algunos de esos elefantiásicos organismos –como la ONU- que se
han pronunciado con fuerza sobre el ‘caso’. Una movilización social sin
precedente en el país y el grito en las calles y en las redes de ‘Vivos se los
llevaron, vivos los queremos’.”
Como siempre, más allá de la
mera descripción de los hechos, Rossana ofrece algunas pistas para dotar de
sentido al vacío y pone de relieve algunos aspectos cruciales derivados del
horror llamado Ayotzinapa: 1. Obligó al país a prestar atención a la violencia
creciente; 2. Visibilizó a la juventud tanto como sujeto vulnerado por la
violencia, pero también como el protagonista del presente y del futuro; y 3.
Fomentó una conversación colectiva en el que los actores sociales descubrieron
un “nosotros” que no estaba solo, sino que compartía desesperanzas y soledades.
Digámoslo una vez más, el país está desgarrado y la noche se cierne sobre
nosotros. Repito a manera de guiño: sobre
nosotros. De la nuda vida a la nuda muerte: la necropolítica.
Para Rossana todo lo anterior se coagula en lo
que desde la ciencia médica se denomina disforia,
una especie de emoción hegemónica que se alimenta de la desesperanza, la
tristeza y el miedo. Ésta, la disforia, es para Reguillo una especie de
espíritu de nuestro presente mexicano. Cuando se traslada del registro
psiquiátrico y se postula en clave antropológica, puede verse que el tono que
marca la narrativa de lo violento en México es, precisamente, la disforia. De
eso se habla. Desde ahí se nombra y se dota de sentido al mundo, a un país que
en última instancia es, por ponerlo así, una sucesión de fosas clandestinas y
muertes y desolaciones.
El texto -desafiante e incómodo- de Rossana
finaliza con una nota menos funesta. Si la juventud es víctima y victimario,
también es esperanza. Entre el #YoSoy132 y el México-Ayotzinapa, comienza a
perfilarse el rostro del “nosotros” al que me refería hace un momento. Este
rostro es joven, diverso y cambiante. Es precisamente este sector de la
población, el joven, el que lleva entre las manos, muy por delante, la tarea
que vislumbra Reguillo en el texto que hoy nos convoca. Son ellos, a través de
ellos, de las y los jóvenes, que se amplían los márgenes de lo posible, por
citar al Rancière al que también alude Rossana, que se reformulan los modos de
pensar, que se reconfiguran los significados. Hoy, amplios sectores de la
juventud mexicana hackean –dice Rossana- no solo las redes, sino los cimientos
que orientan nuestra comprensión del mundo, y postulan otro con sus actos. Un
mundo distinto; un mundo donde quepan muchos mundos.
Termino colocando tres aristas que se derivan
de la lectura que efectué del texto de Rossana. Éstas competen, desde luego, a
los avances de investigación que ahí se muestran. Pero creo que también pueden
tener resonancia en términos del programa investigativo en el que estamos
involucrados, de una manera u otra, con la indagación de las trayectorias y
circuitos juveniles.
1.
Sin duda
la juventud mexicana se erige como uno de los principales actores del presente
y del futuro. No obstante, se precisa reconocer que las paradojas señaladas por
Hopenhayn hace una década –y a las que se enfrenta este sector de la población-
se han intensificado y profundizado (i. e. mayor nivel educativo y menor
posibilidad de insertarse en el mercado de trabajo; mayor acceso a la
información y menor incidencia en los procesos de toma de decisiones). ¿De qué
manera los jóvenes se hacen cargo de esas condiciones, en tanto que obliteran
su agencia, su futuro?
2.
El campo
político y la política requieren de un trabajo de reconfiguración conceptual y
práctico que los resignifique, que los abra de par en par. La vigencia de la
institucionalidad contemporánea ha llegado, sin duda, al límite y en el horizonte
no hay a la vista actores/procesos que se hagan cargo de dicho trabajo. ¿Qué
espectros nos esperan en el futuro mediato? ¿Con qué rostro se dibuja al México
de los próximos lustros? El panorama no es nada grato.
3.
En la
última década se han intensificado los procesos de movilización social (lo que
esto quiera decir en la actualidad). Buena parte de lo anterior ha tenido como
protagonista a diversos sectores de la juventud. Sin duda se ha ido acumulando
una fuerza social altamente significativa. Desafortunadamente, los espacios
institucionales para canalizar esta energía están clausurados, o inmersos en
una profunda crisis de legitimidad. ¿Será que los jóvenes lograrán Pensar sin Estado (por decirlo à la
Lewkowicz) y articular nuevos espacios para (la ampliación de) la política?
¿Desembocará esta fuerza social acumulada –sin válvulas de escape visibles- en
un poderoso estallido social?
Muchas gracias.
Referencias
Agamben, Giorgio. Means whitouth end. Notes on politics, University of Minessota Press,
EUA, 2000.
Agamben, Giorgio. Homo sacer. Sovereing power and bare life, Standford University
Press, EUA, 1998.
González Aguirre, J. Igor I. “Ayotzinapa: el
umbral de la noche del mundo”, ponencia presentada en la 2nd Global Conference on Revolt and Revolution, llevada a cabo en
la ciudad de Praga, entre los días 4 y 6 de noviembre de 2014.
Lewkowicz, Ignacio. Pensar sin Estado. La subjetividad en la era
de la fluidez, Paidós, Argentina, 2004.
Mbembe, Achille.
“Necropolitics”, en Public culture,
15(1): 11-40, Duke University Press, EUA, 2003.
Reguillo, Rossana. La turbulencia en el paisaje: de jóvenes, necropolítica y 43 esperanzas,
Avances de investigación, ITESO, México, 2015 (mimeo).
[1] Presento los comentarios que
hice a los avances de investigación mostrados por Rossana Reguillo, el 17 de
marzo de 2015, en las instalaciones del ITESO. El texto en el que se plasman
dichos avances se titula” La turbulencia en el paisaje: de jóvenes,
necropolítica y 43 esperanzas”.
[2] Agamben (1998) señala que
los griegos no contaban con un término para referirse a lo que hoy entendemos
como vida. Por el contrario,
utilizaban dos términos semántica y morfológicamente distintos: zoē y bios. El primero remite a la vida que le es común a todos los seres
vivientes; es la vida como tal. El segundo alude a la forma de vida particular,
propia de un individuo o grupo.
[3] Reguillo se apoya en un
texto más reciente de Mbembe, de 2011, titulado Necropolítica seguido de Sobre
el Gobierno Privado Indirecto, de la editorial madrileña Melusina. Ambos
textos se encuentran atravesados por una hipótesis crucial: la expresión última
de la soberanía reside, en buena medida, en el poder y la capacidad de
dictar/dictaminar quién vive y quién muere. Esto distancia al autor de las perspectivas
más ortodoxas de la ciencia política, las cuales conciben la soberanía como un
asunto que acontece tanto dentro de los límites del Estado-nación (mediante el
conjunto de instituciones empoderadas por el Estado) como en las redes e
instituciones supranacionales. En este sentido, puede decirse que Mbembe sigue
la ruta trazada primero por Foucault en la década de los setenta y luego por
Agamben al inicio del nuevo milenio. En síntesis, Mbembe plantea que la
modernidad constituye la base en la que se anclan las múltiples concepciones de
la soberanía y, por ende, de lo biopolítico. Esto ha traído como consecuencia
una instrumentalización generalizada de la existencia humana y la destrucción
material de cuerpos humanos y de poblaciones enteras. Ésta es la premisa básica
sobre la que este autor camerunés desarrolla sus argumentos (i.e. la política
es la muerte que vive una vida humana, dice Mbembe acerca de la lectura que
hace de Hegel).
[4] Desde una perspectiva que
retoma a Franz Fanon y a , Mbembe (2003) ha esbozado las nociones de necropoder
y de necropolítica. A partir de éstas se busca dar cuenta de las maneras en las
que en el mundo contemporáneo se despliegan armamentos enfocados en lograr la
maximización en términos de la destrucción de personas y, por ende, en la
creación de mundos de muerte: nuevas
formas de existencia social en la que vastos sectores de la población están
sujetas a condiciones de vida que las convierten en poco menos que muertos vivientes.
[1] Presento los comentarios que
hice a los avances de investigación mostrados por Rossana Reguillo, el 17 de
marzo de 2015, en las instalaciones del ITESO. El texto en el que se plasman
dichos avances se titula” La turbulencia en el paisaje: de jóvenes,
necropolítica y 43 esperanzas”.