Escombros: la promesa fallida

25 de febrero de 2013

El siguiente texto, acompaña el catálogo de la obra de Teresa Margolles titulada "La Promesa" que fue montada en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo MUAC de la UNAM en 2012, con el apoyo de la Fundación Ford. 
Fui invitada a escribir un texto especialmente para el catálogo, lo que implicó un par de visitas al MUAC para experimentar de manera directa la potencia y sentido de la pieza y el performance que lo acompañó por 6 meses. Este catálogo fue presentado el  6 de enero de 2013, justamente el día en que Teresa Margolles recibió el Premio Principe Claus 2012, otorgado por Los Países Bajos. El Embajador C.H.A. Hogewoning, dijo que el jurado decidió entregar este premio a Margolles por "su valor e integridad en la ruptura de los convencionalismos artísitcos y sociales; y por la manifestación pública de la verdad contra la influencia y complicidad del gobierno en la violencia y pobreza, no sólo en México, sino en el mundo entero."
Me honra acompañar a Margolles en esta pieza fundamental. Con autorización del MUAC, reproduzco aquí el texto íntegro que aparece en el Catálogo, con el objetivo de alcanzar otros lectores, otros públicos y hacer circular la relevancia de esta obra fundamental para el México contemporáneo. 
La ficha bibliográfica es la siguiente:
Margolles, Teresa (2012), La Promesa. Universidad Nacional Autónoma de México
Museo Universitario de Arte Contemporáneo. México
ISBN: 978-607-02-4016-4
Pueden reproducir con toda libertad el texto, citando la fuente original.

Mi agradecimiento a Teresa Margolles, María Inés Rodríguez, Ana Cue y Alejandra Labastida.






MUAC




Escombros: la promesa fallida

Rossana Reguillo[1]

Si se me pide que nombre el principal beneficio de la casa, debería decir: la casa alberga un día soñando, la casa protege al soñador, la casa le permite a uno soñar en paz.
Gastón Bachelard: La poética del espacio.

Volviendo la cabeza aquí, pensamos: allá,
como sucede en verdad a todo perseguido.
Antonella Anedda (¿El miedo nos hace más fuertes?)[2]

La primera vez que estuve en Ciudad Juárez, mucho antes del “tiempo malo” -como llamó al periodo de la aceleración de la violencia a partir de 2006, la madre de un “presunto” sicario acusado de la masacre de jóvenes en Villas de Salvárcar, cuando conversamos sobre sus temores y dolores- me impactaron tres cosas: la enormes naves de la floreciente maquila, que como sabemos, se caracteriza por usar insumos y tecnología importados, empleando mano de obra local, lo que convierte a las ciudades “huéspedes” de esta industria en fuertes polos de atracción migratoria con todos los impactos que esto implica; la segunda cosa, que se ha mantenido como constante a lo largo de los años, es la ausencia de trasporte público adecuado lo que genera oleadas de autos viejos, casi chatarras, que recorren como hormigas afanosas, la enorme extensión entre los centros de trabajo y los barrios periféricos que han brotado desordenadamente para acompañar la migración; y, la tercera, fue el trajín constante de una ciudad fronteriza con mucha población joven.

Después, volví muchas veces durante “el tiempo malo” y fui viendo como se apagaban las luces en el centro; vi transformarse edificios enteros en caparazones quemados y fierros retorcidos, negocios que se negaron a “pagar piso” o quedaron en el medio de algún ajuste de cuentas. Y, en lugares o barrios como Lomas de Poleo y Lomas del Paraíso me cayó –como peso muerto- la evidencia de la migración en sentido contrario: la huida hacia cualquier parte.

MUAC
Ciudad Juárez había dejado de ser la promesa de un futuro para convertirse en la pesadilla de un presente del que había que huir. Una tras otra, las casas abandonadas cuentan una historia: la casa no es resguardo suficiente para soñar en paz, para vivir en paz.


Y poco a poco, en cada retorno, el trajinar de acentos, de rostros diferentes, de intensos intercambios, se iba convirtiendo en silencio y en largas filas de militares y policías, por no decir “convoyes”, que se oye mal, patrullando de ida y vuelta, de arriba a abajo, una ciudad en silencio.

Por esas y otras razones, la obra de Teresa Margolles “La Promesa”, es necesaria.
           
A través de una triple operación, Margolles nos lleva a una experiencia límite, la que proviene de la evidencia del vacío y la devastación, la experiencia de pérdida y disolución.

En la primera operación nos enfrentamos -por ausencia- a la casa despojada de dueños; con habitaciones que ya no son el espacio íntimo del resguardo, sino un amasijo de dramas de cemento mudo, no hay ecos de voces y de risa; con ventanas como huecos estériles, sin ojos que miren hacia un afuera igualmente vacío. Esa casa ha dejado de ser una promesa, aquella que se hace sin decir antes de irse, cada mañana, cada tarde  !Voy a volver! Sin retorno,  la promesa es un pacto que se deshace en el escombro, queda clausurada. Sin sutura posible.

La casa ya ha sido reducida a un significante vacío, aquel susceptible de ser  "llenado" con los más diferentes, ambiguos y múltiples significados: miedo, huída, despojo, tragedia, accidente. Pero la casa no es una sola, si no muchas, vacías,  la vacuidad acumulada, una nueva cartografía de huecos que le van brotando a una ciudad en guerra.  

Frente a esta evidencia, el significado reduce en su ambigüedad. Ya no estamos frente al accidente personal, alguien murió fuera, lejos y hay que partir precipitadamente, algo pasó en la ruta de vida de sus moradores que había que salir ligeros. Tampoco, dice esta historia repetida, estamos frente al despojo individual, la avaricia del mercado que ha dejado a tantas y tantos mexicanos sin casa. No, la casa vacía aquí, emerge como un brote incómodo, como evidencia de que algo mucho más grande y poderoso se cierne sobre el paisaje urbano, sobre las gente, sobre lo que alguna vez fueron los habitantes de ese pequeño trozo de certidumbre moderna que llamamos “posesión”, así sea figurado o precario. La casa vaciada, sola, es el itinerario de una creciente y densa acumulación de muchos en su devenir nada, nadie.

Más de 115 mil casas abandonadas en Ciudad Juárez y un desplazamiento por la violencia que se calculaba en 2011 a partir de un estudio de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en más de 220 mil personas. Un éxodo, un exilio, muchas promesas rota.

D´Arte
La casa vacía es el ante pretérito imperfecto de habitar: habitaba. Pero es en realidad el antecedente del escombro: “Conjunto de desechos y materiales de construcción inservibles que resultan del derribo de un edificio o de una obra de albañilería”. Derruir para reconstruir el sentido, aquí, en ese difícil y tenso momento en que alguien se hace cargo de nombrar el desecho, Teresa Margolles nos lleva a una segunda operación, que antecede a la experiencia en el museo: la demolición in situ, que somete al más radical de los sentimientos de desahucio (la promesa fallida) a la realización de una sentencia literal: la casa es ya inservible de acuerdo a los cánones urbanos; pero Margolles tiene otros planes: hacer del escombro no la sentencia final a la que se condena a los desechos, sino justamente su reverso, hacer del escombro una experiencia productiva. Hay un antes de la instalación a la que sólo tenemos acceso por los archivos que acompañan la obra de la artista: periódicos, documentos y testimonios que recogió durante la fase de investigación. Esto determina la segunda operación de sentido que Margolles nos propone: acceder a la experiencia de vulnerabilidad y migración forzada, a través del escombro.
Lo dice bien Mario Bronfman, Representante de la Oficina para México y Centroamérica de la Fundación Ford, en el catálogo que acompaña la obra, a propósito de esa vulnerabilidad, violencia focalizada y migración forzada:

¿Cómo hacer evidente esta realidad sin repetir lo ya dicho? ¿Cómo hacerlo de manera que su impacto trascienda lo meramente racional y se inscriba sin intermediaciones en lo emocional? […] La solución la encontramos en el arte contemporáneo. Cuando el Museo de Arte Contemporáneo (MUAC) nos propuso esta obra artística de Teresa Magolles sentimos que estábamos dando una respuesta no tradicional, pero trascendente a un drama humano de características inconmensurables”.

 Y es justamente la experiencia de lo inconmensurable a la que nos lleva Margolles en la tercera operación que nos propone ya en el museo, la instalación propiamente dicha.

“Somos mortales mortalmente aterrorizados
temblamos como zorros y perros,
nos volvemos la jauría de nosotros mismos”…

…dice en otro de sus extraordinarios párrafos el poema de Antonella Anedda ¿El miedo nos hace más fuertes? Y es cierto que podemos intuir la presencia de una jauría cuando nos enfrentamos a “La Promesa” de Margolles.

La instalación que  consiste en el cuidadoso montículo de escombros -que provienen de la casa que estaba ubicada en la calle Puerto de Palos en “Juaritos”, (como llaman cariñosamente los locales a su ciudad)-, en una enorme sala del MUAC, que se “activa” cotidianamente por el trabajo de voluntarios que realizan una especie de “demolición hormiga”, un desplazamiento cuidadoso del escombro;  a lo largo de seis meses, éstos cubrirán entonces toda la superficie de la sala hasta formar una enorme extensión de restos que hacen pensar en el desierto que rodea Ciudad Juárez. Restar, dice el diccionario es “separar o sacar una parte de un todo y hallar la parte que queda”. La pregunta, me parece no es qué es lo que queda de la casa que fue, sino justamente la experiencia de lo que dice el silencio, la inmensidad del drama de lo que ha sido silenciado que escuchamos en La Promesa.
Esos restos me tiran en dos direcciones. En dirección al “tiempo malo”, donde tantas personas han perdido la vida, han perdido su vida al ser arrancados, sin metáforas, de la tierra, del espacio habitado, como Doña Juana, que vino de Veracruz a Ciudad Juárez, buscando la promesa que se hizo a sí misma y a sus hijos y, después de varios años de penurias y trabajos precarios para hacerse de una casita en Granjas del Desierto, tuvo que huir nuevamente hacia su localidad, la jauría había embestido su casa, la promesa incumplida, rota. Por eso el “tiempo malo” está diseminado en cada parte de ese todo que fue la casa de Puerto de Palos.

Lo que ha quedado de esta promesa, me lleva también a la obra de Henri Bosco, La Redousse, que Bachelard analiza en su Poética del Espacio  para hablar de la casa que resiste a los embates, la casa en el centro de la tempestad y que voy a citar en extenso, por su potencia para hacerse cargo de lo que la casa significa en tanto resguardo y certidumbre.

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“La casa luchaba bravamente. Primero se quejó. Los peores vendavales la atacaron por todas partes a la vez, con un odio bien claro y tales rugidos de rabia que, por momentos, el miedo me daba escalofríos. Pero ella se mantuvo. Desde el comienzo de la tempestad unos vientos gruñones la tomaron con el tejado. Trataron de arrancarlo, de deslomarlo, de hacerlo pedazos, de aspirarlo, pero abombó la espalda y se adhirió a la vieja armazón.
Entonces llegaron otros vientos y precipitándose a ras del suelo embistieron las paredes. Todo se conmovió bajo el impetuoso choque, pero la casa flexible, doblegándose, resistió a la bestia” (Bachelard, 1965; 76).

En este relato, la antropoformización (darle forma humana) de la casa resulta clara. No estamos frente a un objeto inerte sino frente a un ente capaz de luchar contra los ataques y proteger a sus moradores. “Aquella noche fue verdaderamente mi madre”, concluye el protagonista de La Redousse, y como bien señala Bachelard, no hay en este gesto de conmovido agradecimiento a la casa, nostalgia ni ternura; los valores que operan en el relato, nos dice, son la actualidad protectora y la fuerza. De refugio la casa ha pasado a convertirse en fortaleza. Sin embargo, la casa-promesa de Ciudad Juárez no ha podido resistir el embate de la bestia, el odio claro y los rugidos de rabia que la hacen pedazos sin tocarla, la han vencido. Ni refugio, ni fortaleza, pero si un ente vulnerable que ha quedado como una marca, un cuerpo roto en la batalla perdida.

Estamos frente a un mapa no solo inconmensurable de la experiencia urbana vinculada a la violencia, a la migración forzada, al miedo, sino además, borroso, inconcluso, ilegible a veces. Por ello, insisto la obra de Margolles es necesaria.

 Las autoridades dicen que poco a poco la gente que había abandonado sus casas, retorna; que hay un repoblamiento lento; pero es evidente que no hay un plan claro y no se sabe qué hacer con las casas vacías, se habla de reasignación de créditos, de asignarle algunas de estas casas a los policías, de condonar atrasos en los pagos de servicios a los moradores que desean volver. Un nuevo debate se instala en la ciudad, el quitar o no las rejas a los fraccionamientos que fueron cerrados durante el “tiempo malo”, desprivatizar las vías, los accesos.

 51.1%de los habitantes de Ciudad Juárez percibía en 2011 que la ciudad era “poco segura” y un 37.6% la consideraba “nada segura”, según la Encuesta de Percepción Ciudadana Sobre Inseguridad en Ciudad Juárez, realizada por la UACJ[3]. Y en un dato central para comprender la experiencia cotidiana y calibrar ahí el impacto de la promesa fallida, 40.4% de los encuestados, piensa que la situación “seguirá igual” y un 11.1% que “empeorará mucho”. Cómo pueden ser traducidos estos indicadores a un relato capaz de hacerse cargo de la experiencia cotidiana de indefensión, de qué nos hablan estos porcentajes, cómo reconocer las historias atrás de estos números. Quizás la única traducción posible es la producción de otro espacio semiótico, un campo otro de interpretaciones. Ahí, La Promesa de Margolles, irrumpe para proponer una experiencia sensorial, cognitiva, en la que pasado, presente y futuro se vertebran en un tiempo simultáneo en el que todo ha ocurrido ya en el futuro o todo ha sucedido en el presente. Los escombros siguen siendo la casa, la casa ya no es lo que fue pero sigue siendo.

Revista Código
En los escombros, en esos restos que se esparcen cotidiana y delicadamente, se inscriben no sólo las huellas de un relato, sino quedan ahí, inscritos los cuerpos ausentes. La obra de la artista, no solo activa la memoria, la indignación o la tristeza; me parece que su eficacia pasa fundamentalmente por activar nuestro deseo del otro, como quería Levinas (2000), un otro en este caso ausente pero que a través de ese campo de interpretaciones posibles, se hace presente movilizando nuestra responsabilidad hacia él.

La Promesa está articulada a muchas máquinas: la máquina del deseo, la máquina del miedo, la narcomáquina que es ubicua y elusiva, fantasmagórica y real (Reguillo, 2012). Es la dificultad de la simbolización, la imposibilidad de producir categorías aprehensibles a la experiencia, el deseo, el miedo, la violencia brutal, lo que vuelve a esta pieza de Margolles, en  dispositivo poderoso que a través de las múltiples conexiones que opera, es capaz de simbolizar las fisuras en el habitar contemporáneo o de los dramas que nos habitan en este “tiempo malo”.

Guadalajara, Octubre de 2012


Referencias bibliográficas
BACHELARD, Gaston (1965): La poética del espacio. FCE, México.

LEVINAS, Emmanuel (2000): La huella del otro. Taurus, México.

REGUILLO, Rossana (2012): “La Narco Máquina y el trabajo de la violencia. Apuntes para su decodificación”/ “The Narco Machine and the Work of Violence: Notes towards its Decodification”, en e-misférica 8.2. Instituto de Performance y Política, NYU. Nueva York.

El poema de Antonella Anedda, se publicó recientemente en Salva con nome, Mondadori, Milán, 2012. La versión original fue tomada de Terres Femmes:
http://terresdefemmes.blogs.com/anthologie_potique/43-antonella-anedda-salva-con-nome.html





[1] Profesora-investigadora en el Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO.
[2] Agradezco a Eduardo Quijano, la referencia a este poema.


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