Tratándose de Monsiváis, "pinche" Monsi

20 de junio de 2010




Tratándose de Monsi, somos legión los que tenemos una historia en primera persona que contar: en México, en Argentina, en Colombia, en Bolivia, en Perú, en Nueva York; pero también en Alemania, en España, en Francia; en todo ese ancho y largo mapa que Monsiváis transitó sin descanso. Eso habla mucho de él, de su generosidad, del modo de tener un “secreto”, una broma, una conversación seria y sostenida, un asombro, una pasión compartida con cada de uno y una de los que tuvimos la suerte de ser no sólo sus amigos sino sus interlocutores en diferentes frentes, espacios y afanes. Aunque no logra sorprenderme, encuentro emocionante que el corazón y las ideas de Monsiváis tengan esa capacidad proteica: intelectual, crítico, activista, farandulero, coleccionista e irreverente cuestionador de las tradiciones al mismo tiempo que memorioso ejemplar.

El legado de Monsi está esparcido y nadie puede reclamar para sí el monopolio de su saber y de sus gestas intelectuales, quizás esa sea su mayor cualidad, jamás buscó tener discípulos, ni muchos menos groupies; aunque le encantaba, en ese gesto “niño”, tan suyo, saberse reconocido, querido y admirado. Es curioso que él, que decía constantemente que no le hubiera gustado ser maestro, que me reñía constantemente por mi trabajo docente (te quita tiempo para la escritura, no te claves “Prudencia”, me decía, en alusión a Prudencia Griffel, la actriz que es por antonomasia la “abuelita mexicana”), sea reconocido por tantos y por tantas –yo misma, entre esos-, como un maestro con mayúsculas. Y es que, lo veo ahora, Monsi tenía esa rara cualidad de la pedagogía fast track, todo él era una maquinaria, un dispositivo de enseñanza. Todo en él confabulaba para que los que lo rodeaban abrevaran en su sapiencia infinita.

Carlos Monsiváis pese a él mismo, fue un maestro de tiempo completo y aunque a regañadientes y a veces con esos ruidos sordos, ininteligibles que emitía cuando se le consultaba algo, se hacía cargo de los “engendros” que su saber prohijaba. No era paternal en absoluto, le daban erisipela las expresiones afectuosas, salía corriendo y se escabullía de las situaciones que le resultaban incómodas y era un espadachín con la lengua, cuando algo o alguien, le chocaba. Pese a ello, su generosidad con los que él consideraba “suyos”, lo hacían dueño de ese manto protector que tienen los amantes de los gatos: se hacen los desentendidos pero son vigilantes del bienestar de las camadas.
Repaso mis años de amistad con él. Repaso las llamadas telefónicas (agotadoras porque más allá del asunto “oficial” que nos convocaba) en las que Monsiváis no me daba tregua alguna: ya leíste a fulano; qué pasó con la UdeG, tu alumno ese de la tesis de los gays en Colima, terminó?; viste el catálogo de tal exposición; un aluvión de referencias cruzadas que resultaban tan ilustrativas y divertidas, como angustiantes y confrontadoras. Repaso nuestros intermitentes pero intensos encuentros, en el país, fuera del país, las caminatas por Bogotá, por Nueva York, por Buenos Aires y descubro que la lógica era la misma: un ejercicio aeróbico intelectual con una enorme capacidad para desafiar la más pequeña de mis neuronas y las carcajadas que de tan intensas provocaban lagrimitas. Pero confieso que, sobre todo, atesoro nuestras conversaciones por correo (es una ventaja y una desventaja no haber vivido en la misma ciudad), mucho más reposadas –aunque igual de urgentes-, quizás porque ese Monsi “escrito” me daba el espacio para imaginar mi respuesta; frente a su rapidez verbal cualquiera palidece. En tiempos de “coyuntura”, los correos arreciaban y fuimos encontrando (perdón por incluirlo, él no está para negarlo) un “estilo” de comunicación en el que pudimos conversar de buen humor, en torno a las distintas emergencias y urgencias del país, de América Latina. Así surgió la broma de “El Colectivo Casandra”: “la catástrofe nos dará la razón”, solía decir.Éramos un colectivo de dos.

Casandra accedió al don de la profecía, transando con Apolo, pero “cuando accedió a los arcanos de la adivinación, rechazó el amor del dios; éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos. Tiempo después, ante su anuncio repetido de la inminente caída de Troya, ningún ciudadano dio crédito a sus vaticinios”.

Estoy triste sí, no me preparé para su muerte. Recuerdo cuanto reímos con Jezreel y otros jóvenes cronistas de los Centauros (la policía privada contratada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara), cuando después de la presentación del libro “La conciencia Imprescindible”, coordinada por el propio Jezreel, en diciembre de 2009. Monsi salió escolatado por jóvenes punketos y anarkopunks que portaban camisetas de seguridad con el nombre de “Centauros”. Lo vimos irse entre risas, nos dimos los abrazos de despedida, nos reconocimos en nuestra herencia monsivarita. Yo, cuando salía de la FIL, iba sonriendo: pinche Monsi, nomás él, pensé, rodeado de un equipo de Centauros posmodernos que seguro fueron reclutados en el último concierto post punk. Quise, ahora lo sé, ignorar los signos, los indicios de su inminente partida. Pinche Monsi.


Se va en el peor momento, nos deja una tarea ardua. Un país al extremo de la violencia, en la peor crisis de credibilidad frente a su sistema político; una pobreza que raya en la pornografía, una impunidad a la que no le alcanza el nombre. Miedo, desesperanza, incertidumbre.

Son muchos los “insultos” que me dedicó: destacó aquí el último: a qué horas vas a ocupar tu lugar en el espacio de la crítica mexicana, Prudencia, me dijo, tu país es tu viaje, me dijo, vuelve a la prensa, me dijo. Pero pienso Monsi, con respeto, que mi lugar no está en las páginas de los medios convencionales. No es ahí, Monsi, querido, donde el país que queremos se está gestando. Tú fuiste el último intelectual público en este país. Tú lugar es irremplazable. Los demás, la legión, la tribu Monsivarita, debe encontrar su propio espacio de enunciación. Y te vamos a extrañar.


Sea..


















1 comentarios:

Esperanza dijo...

“Buen exorcismo”, es el comentario que algún día me hiciste y que retomo para comentarte la lectura de tu escrito sobre ese personaje tan especial y valioso como fue Monsiváis. Como dices, todos tienen su historia personal con él, de alguna manera me incluyo pues fue uno de mis primeros encuentros con la cultura mexicana “in situ”, cuando llegué a estas geografías, y prontamente me inscribí en la Cátedra Julio Cortázar que él impartía. Fue toda una revelación y sobre todo una develación, cual ceremonia inaugural del nuevo mundo adonde llegué. Con el paso de los años me acerqué a su obra entre otras a Aires de familia en donde como latinoamericana reconocí esas familiaridades. Seguí su presencia inigualable en las actividades de la Feria del Libro en Guadalajara, todos los años, inclusive tuvimos un encuentro informal, cuando a él y a un grupo de colombianos invitados a la ceremonia de inauguración de la versión en la cual Colombia era el país invitado, no se nos permitió ingresar ante la seguridad desplegada ante la presencia del presidente Calderón. No estaba contento, nosotros tampoco claro, pero la picardía y la agudeza de sus comentarios nos hicieron el trance mas tolerable. Su obra queda, pero faltará su aporte único y original para la reflexión sobre nuestros mundos de la vida. Descanse en paz.

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