¡Estamos bien! (Espejos Laterales)
2 de diciembre de 2012
Por
Darwin Franco
Fotografía de Joel Arturo Reynoso Villaseñor
Familiares de las y los detenidos afuera de la PGJ
Una lista en manos
de un prepotente funcionario es lo que separa a los detenidos de sus
familiares, éste sin mucho tacto decide quién entra y quién no. Enfundado en su
playera del Barcelona (y jactándose de que él tiene 22 años y no anda haciendo
desmanes) éste personaje va tachando el nombre de los 25 jóvenes detenidos que
ya han sido visitados por sus familiares en las instalaciones que la Procuraduría
General de Justicia de Jalisco (PGJ) tiene en la Calle 14 de la Zona
Industrial. Sólo se permite una visita por día.
Estos jóvenes
adherentes y no al Movimiento #YoSoy132 fueron detenidos ayer (01/12/12) con
lujo de violencia a las afueras de la Feria Internacional del Libro (FIL), pues
de acuerdo a la Secretaría de Seguridad Pública de Jalisco éstos alteraron el
orden público y causaron diversos daños y destrozos, principalmente en las
instalaciones del PRI y Televisa en el estado. Se especula que las denuncias
fueron presentadas por éstos.
Sin embargo, la detención que -pudo ser en
flagrancia- no se realizó en esos lugares a pesar de que la policía acompañó
todo el tiempo el peregrinar de la marcha. Quizá se pensó que podrían cometer
más agravios y se les dejó llegar hasta la FIL donde ya los esperaba un fuerte
operativo policíaco conformado por granaderos, patrullas y vallas que impedían
el paso por la Avenida Mariano Otero en su cruce con Avenida de las Rosas.
Ahí comenzaron las
provocaciones de los policías quienes les decían a los manifestantes: “Ándale,
vente. ¡No te atreves!”, como precisa Rodrigo Cornejo integrante del #YoSoy132.
Al final los que se les dejaron ir fueron los policías, los cuales con total
abuso de la fuerza pública (y con especial lujo de violencia contra las ocho
jóvenes detenidas) golpearon y detuvieron a cuanto manifestante pudieron.
Primero a los que protestaban frente a ellos, pero después sistemáticamente fueron
cazando a todo aquel que vieron correr y a quien osó impedir la golpiza a otro
de los manifestantes.
27 detenidos, dos de
ellos menores de edad, fue el saldo de un operativo desmedido y violento que
buscó evitar que estos “vándalos” hicieran los mismos desmanes que esa mañana
habían ocurrido en el Distrito Federal. Llevados a las fuerza en camionetas del
Grupo Lobos de la Policía de Guadalajara, estos jóvenes fueron trasladados a
distintos Ministerios Públicos, pero no fue hasta ya entrada la noche que todos
fueron llevados a las instalaciones que la PGJ tiene en la Calle 14.
Ahí se liberó, pero
después de varias horas, a los dos menores de edad que formaban parte de este
grupo de vándalos como se les etiquetó oficial y mediáticamente.
No obstante, 25 son
los que aún se encuentran detenidos, 17 hombres y 8 mujeres. Éstos pasaron la
noche soportando el frío que hace en las instalaciones de la PGJ y separados en
tres grupos han tenido que aguardar a que se conforme la averiguación previa
para saber exactamente de qué se les acusa. Aunque el cargo que se deja ver en
la lista del funcionario que define la visita tiene después de sus nombres la
palabra: “Daños”.
A las afueras de la
PGJ, familiares, amigos y compañeros de distintas organizaciones esperan
noticias, pero estás no llegan como tampoco fluyó la ayuda de la Comisión
Estatal de Derechos Humanos, en la cual muchos de los manifestantes golpeados (pero
no detenidos) presentaron sus quejas la noche del 1 de diciembre. A la Comisión
se le pidió de manera urgente que mandara a su personal para revisar el estado
de salud y las lesiones de los detenidos (y con ello levantar un parte médico),
pero la respuesta siendo medio día del domingo 2 de diciembre es que “no tienen
personal”.
Familiares y Organizaciones ciudadanas
Foto de Joel Arturo Reynoso Navarro
Los familiares
visiblemente cansados esperan noticias de los abogados que llegaron por la mañana
para saber cuál era el estatus jurídico de los detenidos y para saber de sus
propias bocas: cómo estaban y si no habían continuado las agresiones. “Todos
están bien” fue lo expresado por éstos y rápidamente se organizó la entrada de
los familiares en grupos de cuatro. El espacio no da para más y el hombre de la
lista tampoco lo permite.
Así fueron pasando todos los familiares para
dar constancia de los golpes aún visibles y de la incertidumbre de no saber qué
va a pasar, muchos de ellos no tienen idea de qué cargo les imputarán a sus
hijos aunque todos saben que se está creando (aún si las pruebas no dan)
paquetes de delitos; es decir, algunos saldrán sin pagar fianza con el clásico
“usted disculpe”; otros serán acusados de daños a las instalaciones, ya sean
las del PRI o las de Televisa; pero lo más preocupante serán aquellos que se
tomen como “chivos expiatorios”, ya que se les quiere acusar de “vandalismo y
lesiones a la autoridad”.
Ese es el caso de
José de Jesús Montes Flores, a quien se el acusa de dañar una unidad de policía
o de otros dos detenidos (no se tienen aún confirmados sus nombres), a quienes los
cuatro policías heridos han señalado como sus agresores.
Los separos…
El hombre de la
lista sale y habla con la abogada, le informa que hay cuatro jóvenes que no han
recibido visita y le solicita que les diga a los familiares que pasen. Sin lazo
familiar directo pero con la solidaridad, de quien acompaña en las buenas y en
las malas, cuatro voluntarios nos apuntamos para darles ánimos y noticias.
El hombre de la
lista fue severo y al final sólo dejó que pasáramos tres. La vigilancia es
extrema y la percepción de quienes están dentro también lo es, pues al
preguntarnos a quién visitábamos la expresión era brutal: “Vienen a ver a
esos”, seguido de la expresión del “ustedes ahí andan pidiendo que se respeten
las leyes y lo primero que hacen es violarlas”, refiriéndose a la manera en que
queríamos entrar a ver a los detenidos.
Nos hizo pasar por
un pasillo donde diversos funcionarios nos veían con una cara de sospecha, en
su expresión se asumía que nosotros también estábamos de quejosos en las calles
y que ahora no teníamos más remedio que “meter la cola entre las patas” y venir aquí a sus territorios a
visitar quienes trasgredieron el orden público.
Entramos en una
oficina que retrata fielmente el imaginario social de un Ministerio Público, un
hombre con una pila de papeles y un trajeado de bigote al cual firmó y autorizó
las papeletas para que pasáramos a los separos. Nunca nos volteó a ver.
Entregó los permisos
a un segundo funcionario quien también hizo énfasis en el carácter de los
detenidos: “Vienen a ver a estos jovencitos”. Descendimos hasta un cuarto donde
estaban cuatro cabinas, tomamos asiento y esperamos a que trajeran a nuestros
compañeros. El hombre de la lista no se nos despegó y se encargó de estar al
pendiente de las conversaciones. Luego de diez minutos salieron Juan Pedro,
Luis Armando y Sergio.
Visibles en ellos
eran los golpes y el desánimo de toparse con una realidad que no sólo es más
dura sino también más violenta. Se sentaron frente a nosotros y pidieron que
nos comunicáramos con sus familiares. Yo platique con Juan Pedro, quien siempre
ha sido una persona alegre, pero a la cual ahora le costaba trabajo esbozar la
sonrisa y reiteradamente decía que “estaba bien” aunque sus brazos daban cuenta
de los golpes y los jaloneos.
A él junto con
Alfredo Romero y Ángel García los agarraron cuando auxiliaban a un hombre que
cayó y se hirió una pierna. Los detuvieron porque en el frenesí decidieron
detenerse y ayudar. La agresión fue artera recuerda Juan Pedro, pero lo que más
le importaba era darme el teléfono de su casa para avisar a sus padres que está
bien, pero no pide que les diga nada más porque lo único que sabe es que los
tendrán ahí 48 horas más. Ellos ingresaron formal y jurídicamente a las 4 de la
mañana del 2 de diciembre; no obstante, fueron detenidos alrededor de las cinco
de la tarde del día primero.
La charla duró menos
de diez minutos, el celador marcó el tiempo y el hombre de la lista pidió que
nos saliéramos de la sala. Nos levantamos y en el intercambio de miradas nos
hicimos saber que estábamos ahí y que afuera había muchos más que esperaban su
liberación. Ellos esbozando una sonrisa
agradecieron la visita, pero todos sabíamos que en nuestros ojos había un
rastro de la esperanza que nos ha llevado a buscar un cambio. Aunque todos
sabemos el tamaño del golpe.
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