En el principio, Lemebel
6 de agosto de 2014
Entre
los más antiguos de nosotros, hubo un Dios primigenio, Moyocoyatzin “el
que se creó a sí mismo”. Pensaban los mexicas que él se inventó para constituir
el principio, Dios de lo cercano y lo lejano, también conocido como Omotéotl.
Es el Dios de la dualidad, en él se reúnen los opuestos, como espíritu y
materia, fuego y agua, masculino y femenino, lo positivo y lo negativo.
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Siempre
que pienso, leo o hablo con Pedro Lemebel, viene a mi mente Moyocoyatzin, el
complejo; muy pocas personas en la vida son capaces de integrar “los opuestos”
como Pedro y convertir el conflicto entre lo diferente que nos habita en
potencia creadora.
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Hace
ya muchos años, en un viaje al sur profundo, como un regalo, llegó a mis manos
un libro llamado La esquina es mi corazón (que hoy tiene hasta su página wiki), de la autoría de Lemebel; supe entonces, con
ese saber que es en parte corporal y en parte intelectual, que ese chileno de
vocación profunda, sería un compañero de viaje ya ineludible.
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Vinieron
seminarios, cursos, lecturas y reflexiones y Loba la Mar, esa personaje maravillosa y total de Loco afán: Crónicas del sidario, habitó
mis imaginaciones antropológicas y mis afanes de cronista y mis trabajos como
profesora (pocos alumnos han leído a Lemebel, como las y los míos); supe por
esos entonces, que Lemebel, era un maestro, un amigo al que me faltaba conocer,
una guía para los temas más inciertos de esta agitada y compleja contemporaneidad
que nos congrega.
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A
Monsiváis le sorprendía que no nos conociéramos, que no hubiéramos cruzado
palabra, que no hubiéramos coincido en algún baile latinoamericano, no lo dijo
claramente, pero insinuó que nuestro encuentro sería peligroso. Yo, a estas
alturas, no logro saber cuándo Pedro supo de mi, pero no importa, porque ya
para esas alturas, sus textos, sus manifiestos, sus perfomances, formaban parte
de mi arsenal didáctico, de mis largas horas de conversación con mis
estudiantes. Tengo miedo torero, estaba
en mi biblioteca, con la portada manchada de barniz de uñas rosa-rojo, me lo
había traído Mary Louis Pratt, volé y aterricé en diferentes aeropuertos con
ese libro, nunca había sido para mí tan claro la vida cotidiana en la dictadura
pinochetista y una vez más, quedé rendida ante una escritura que no elude sus
contradicciones y sus afectos. Una tarde en Nueva York, hablamos de ese libro
con la hermosa e infatigable Jean Franco, tema para otra ocasión.
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¿Nos
conocimos en Chile? Sí, así lo recuerdo, en la Arcis de Nelly Richard y VictorHugo Robles, a un tris fui “salvada” de perderme en la noche santiagueña con
Pedro, por un amigo que ambos queremos mucho. Ya es historia, nos hemos visto
pocas veces, pero yo lo leo mucho y sigo siendo una lectora incansable de ese
Chile universal, de esa dualidad que nos duele y nos impulsa, de esa capacidad
para decir lo que nos dice en cada párrafo que se arranca.
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Sí
alguien me preguntara (no soy nadie, apenas una lectora ávida y una analista de
la cultura que nos atraviesa), yo diría que Lemebel, merece y debe ser un
premio nacional de literatura en Chile, porque a través de sus textos, ese
país ha sido elevado a la experiencia
universal de la dignidad, la resistencia, el dolor, la alegría y, sobre todo,
al lenguaje -que no se puede encriptar- de la diferencia que lejos de amenazarnos,
nos hace muchas mejores personas.
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Lemebel
es su pluma, sus performances, su activismo político; es, también ese Chile del
que tanto hemos aprendido en sus dolores y en su camino hacia esa vida que nos
contenga…Lemebel, es una crónica, un dardo, una herida, es una escritura que nos
lleva al principio y nos lleva a pensar y nos impulsa a la acción. Este es el
rastro que tengo, como los antiguos de entre nosotros, Pedro Lemebel
Moyocoyatzin, el que ayuda a pensar la dualidad sin antagonismos.
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Pedro
Lemebel, Premio Nacional de Literatura 2014, Chile!!!
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(presentación
del libro Háblame de Amores, con trío
incluído)
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