Lectio Brevis ITESO, Agosto 2016

23 de agosto de 2016










Imaginaciones del Porvenir:
México en sus jóvenes






Querido Rector, querida Directora General Académica, queridas y queridos estudiantes, colegas, comunidad itesiana, agradezco profundamente la invitación a compartir con ustedes esta breve lección que como es tradición en todas las universidades jesuitas, marca el comienzo de un nuevo clico escolar.

Arranco con una pequeña reflexión sobre lo que significa un comienzo. Toda apertura representa una oportunidad, un desafío y horizonte abierto a lo “por venir”. Hoy, 23 de Agosto de 2016, nos convoca el comienzo de un nuevo ciclo, un comienzo para muchos de ustedes y un re-comenzar para otras y otros. Dice el diccionario que “comienzo” se define como el “primer momento de la existencia de una cosa” o como el “punto de partida del nacimiento de una cosa”. De estas definiciones quiero retener dos categorías: el tiempo, al que alude el momento y, el espacio, que alude al lugar: Tiempo y lugar, dos  buenas preguntas para pensar, reflexionar y conversar sobre lo que como universitarios nos interpela, nos convoca y anima el caminar con el que cada día vamos construyendo las huellas de nuestros deseos, nuestros afanes y las apuestas que nos vuelven personas comprometidas con nuestro tiempo y con el lugar, ese lugar que no es aquel donde nacimos, sino aquel al que hemos escogido pertenecer, ese lugar desde el que miramos y estamos en el mundo.

Mientras yo hablo, asumo casi con certeza que algunos estarán buscando pokemones;
 probablemente alguno, quizás algún Pikachu, esté parado junto a mí, o escondido al lado del Rector. Mapas complejos los que se trazan en este cambio de época, imposibilidad de evadir o ignorar que las prótesis culturales, esos “aparatos” que nos damos para aliarnos o enemistarnos con la naturaleza, son una parte fundamental de todo lo que ya somos. Los datos más recientes y disponibles indican que hoy el 45% de la población mayor de 6 años en este país, es usuaria de internet y que el 74 % de los cibernautas mexicanos tienen menos de 35 años; las transformaciones derivadas de esta aceleración tecnológica impactan a nuestras formas de conocer, de acceder a la información y han modificado radicalmente nuestras relaciones con el mundo
.  
Cuenta la leyenda, la saga o la mitología Pokemón, que Pikachu, parecido a un ratón-conejo amarillo y un ser tierno y entrañable, en su cola tiene la forma de un rayo, si es macho y, si es hembra tiene forma de corazón. Un dato nada desestimable para estos tiempos que corren, que se esmeran por hacer de la diferencia de géneros, una disputa entre la guerra y la paz. Quiero pensar con ustedes, que los Pikachus escondidos en este auditorio, en esta universidad, tienen el corazón y el rayo, como horizonte posible: amor y solidaridad para los otros y, el temblor del trueno frente a la injusticia. Porque a veces salir a la tormenta es inevitable y devenir guerreros por el futuro, es necesario. Y quiero pensar que las y los jugadores y sus pokebolas, esa síntesis de arma, herramienta y  destreza del ojo, de la mano y de la risa, atrapan no al pokemón, sino a su fuerza y sus características: conocimiento, emoción, experiencia y habilidad. 

Y también cuenta la leyenda, que Pikachu, antes fue Riauchu y Pichu, que no tenían los poderes necesarios y se negaban –llorando- a usar la famosa “piedra trueno”, que les permitiría evolucionar. Dicen los antiguos, los que cuentan la historia, que finalmente Pikachu evolucionó, nació, recomenzó después de una estrecha amistad con su entrenador. Una historia que me hace pensar en ustedes, en mí, en nosotros, las y los maestros, cuando asumimos que los que llegamos para un comienzo o un recomienzo, después de caminar la amistad que el conocimiento y las imaginaciones del futuro que se tejen cada día, no seremos ya nunca los mismos. Porque algo que la leyenda no cuenta, es que el entrenador también cambia, mejora, evoluciona y muere un poquito, en cada entrenamiento para preparar la evolución del pokemón. Es a partir de esta metáfora, la del cambio y la búsqueda, que quiero compartir con ustedes algunas reflexiones.


La sociología del trabajo estadounidense, acuñó hace varios años una noción-categoría o prótesis del pensamiento para definir y nombrar –nombrar, es hacer existir-, lo que millones de jóvenes en condiciones de precariedad, enfrentan  al aproximarse al mercado laboral, en este contexto de capitalismo predador. Usaron una triple D, que más que una metáfora o una economía del lenguaje, bautiza una realidad que nos sacude, la precariedad como destino para millones de jóvenes en este país y en el mundo. Trabajos triple D: sucio (dirty); peligroso (dangerous), degradante (demeaning). 

Hoy en México, 50% de los 27.9 millones de sus jóvenes, vive en condiciones de pobreza, 70% carece de acceso a la educación superior y 20% no tiene acceso ni a la educación ni a un empleo. Aunado a este panorama de precarización y exclusión hay que señalar con insistencia la espiral de violencias que afecta a los universos juveniles, especialmente a partir de la absurda y fallida “Guerra contra el narco”, declarada por el expresidente Felipe Calderón en 2006, cuyos costos brutales resuenan cada día. 

En la danza inestable y caótica que son las estadísticas oficiales en este país, hay que decir que ningún dato cuadra, que no sabemos con certeza el número de jóvenes que han perdido la vida en este regadero de muerte y de horror en el que se ha convertido gran parte del territorio mexicano. ¿Cuántos son muchos?, veinte mil, como dice ahora un nuevo reporte del INEGI, o casi 40 mil, como reportó el mismo organismo hace tres años. Lo relevante aquí, me parece, es que no son las cifras, ni los números lo que debe encender todas las alertas, sino las historias de vida, las trayectorias estalladas en esta carrera hacia ningún lado. Ejércitos de jóvenes migrantes; de empleados –es un decir-, en las maquilas; soldados en los rangos más bajos en el narco y en el Ejército o la Policía; jóvenes indígenas esclavizados en los cultivos de tomate, cultivos de muerte, en el norte del país. A la triple D de la sociología estadounidense podríamos añadirle una D más: la D de muerte, death, en inglés. 

Pero más que detenerme en el horror, aunque sea inevitable no cerrar los ojos frente a este paisaje desolado, quisiera llamar su atención sobre un dato y mirar desde otra perspectiva (la perspectiva es siempre la construcción de un punto de vista y el punto de vista, es clave para la acción). Si damos como buenas las estadísticas –todas oficiales-, que aquí he mencionado, si 70% de las y los jóvenes en este país no tienen acceso a la educación superior, eso significa que ustedes forman parte de ese 30% que no llamaré “privilegiado”, sino “protagonista”, aunque todo protagonismo, implica siempre el privilegio de decidir actuar desde el lugar que se ocupa.


En el embudo en que se ha convertido el sistema educativo mexicano (muchos entran pocos salen): frente a  los casi 26 millones de estudiantes en primaria en el ciclo 2013-2014, sólo ingresaron al sistema educativo superior 3 millones, cuatrocientos diez y nueve mil, trescientos noventa y un jóvenes. Ser parte del porcentaje con accesos y con horizontes de futuro, no es una suerte, es una enorme responsabilidad, una oportunidad y un desafío. En tal sentido quiero pensar con ustedes en otra posible construcción de una triple D  y que a mi juicio irriga en acción capilar, las venas de esta universidad.

Se trata de las D de Dignidad, Diferencia, Desigualdad. En un país sacudido por la violencia, la pobreza y la impunidad, ese cáncer que carcome el tejido social, con uno de los índices más altos en violación de derechos humanos en el mundo; en un país en el que el que fuera un Comisionado de Seguridad en Michoacán, un estado que nos explotó en la cara, es hoy el titular de la CONADE, que viajó a Brasil, acompañado de su novia, mientras que nuestros deportistas boteaban para costearse viajes y uniformes; en un país en el que una persona, un joven como Joaquín Carabes, egresado del ITESO, puede desaparecer sin dejar rastro y su familia, como la de Moy, ese chofer de Uber  que lleva meses desaparecido, sigue buscando sin perder la esperanza;  en un México en el que una madre, varias madres tienen que arrodillarse ante del Secretario de Gobernación para encontrar a sus hijos, la pregunta inevitable es por la responsabilidad, el papel, el trabajo cotidiano que nos corresponde como universitarios.

La D, de dignidad nos llama a abrazar su sentido etimológico más profundo: dignitas: valioso, el valor de la vida humana, el respeto sin condiciones hacia la otra persona y más aún, hacia la naturaleza. Sí el porvenir será, es decir si seremos capaces de imaginar y traer un futuro, será solamente posible, si hacemos de la dignidad, el respeto de nuestra propia vida, de las otras vidas, de los animales y la naturaleza, un horizonte cotidiano. El agua que baña nuestros mares, el deber que tenemos con las atormentadas cuencas, tan llenas de muerte y de desechos industriales;  la rabia que nos compele a actuar por la indignidad a la que son sometidos esos que llamamos migrantes, no para darles 5 pesos, diez pesos, sino para hacer del saber que juntamos cada día, un instrumento de cambio. Abrazar la dignidad y transformar la rabia y el  dolor, en la alegría de un proyecto permanente que no empieza a la hora con diez minutos, ni al terminar un ensayo, un ejercicio, un reporte. La dignidad es la templanza de quien no cede al chantaje de quienes susurran o gritan que hay vidas desechables. La dignidad, escucha, mira y abraza la vida sin reparos.

La D, de Diferencia, es una batalla permanente por hacer de las y los otros, una pregunta, una sorpresa, una disposición abierta al diálogo, a la aceptación de aquello que siendo diferente, me completa. La noción más equívoca asociada a la diferencia, es “tolerancia”; puesta a circular por los grandes organismos internacionales, parecería que la tolerancia es un valor, el problema es que ella oculta una relación desnivelada de poder; se le asocia al respeto por las ideas y la existencia del otro, pero su raíz etimológica es inequívoca: soportar, aguantar. No hay interculturalidad en la tolerancia: carecer de una reacción alérgica frente a un indígena, un afrodescendiente, un homosexual, un transgénero, un musulmán o un mexicano en el mundo de Trump, no resuelve el problema de la diferencia, lo acentúa, porque sí soporto, cargo, aguanto, lo diferente, no hay aprendizaje, ni contaminación. La diferencia no es un asunto de corrección política, sino un valor profundo, uno que nos lleva a aceptar que nadie, ninguno, está en posición de decretar aquello que debe ser “soportado”. En el paisaje del México contemporáneo, asumir la diferencia es quizás uno de los mayores desafíos que tenemos. 

A lo largo de muchos años de investigación, he llegado a la conclusión de que uno de nuestros grandes problemas es la relación estrecha que guardan la diferencia y la desigualdad. La D, de desigualdad, es el rompecabezas más complejo al que puede enfrentarse una universitaria. ¿Son los indígenas diferentes o desiguales? La diferencia se convierte en este y en otros países en la “razón”, que aunque histórica, suele operar como coartada para banalizar la desigualdad: es tu diferencia la que explica tu pobreza, eres moreno, indígena, mujer, iletrada; es tu diferencia la que explica tu muerte, tu desaparición, tu violación, eres pobre, homosexual, migrante. Y en el extremo más terrible, es tu desigualdad la que explica o termina explicando la diferencia de tu vida que “no importa” en tanto no es igual a la mía. 

Y es aquí donde quisiera remezclar, proponer un mash up, como lo hacen los raperos y el hip hop, géneros que le han venido a enmendar la página al cuaderno de notas dominantes, a la partitura que no vemos porque a través de ella, vemos. La propuesta es sencilla, consiste en aprender a mirar como los jóvenes miran México o mirar al México que somos, a través de sus jóvenes.

No soy una portavoz iluminada o una usurpadora de las voces, que con derecho propio, han inundado este país, esta región, este mundo, con notas disidentes y esperanzadoras. Soy apenas una caja de resonancia, un instrumento. 

¿Qué país se narra, se dibuja a través de los jóvenes?

Los relatos dominantes suelen contar que ellas y ellos son ladys o lords, prepotentes protagonistas de historias en las que la desigualdad marca la pauta, donde no hay espacio para la dignidad y la diferencia suele ser reducida a la marca del coche que atropella una bicicleta; otras narrativas suelen reclamarles por su exceso de hormonas y falta de neuronas ¿Es ese el México de las y los jóvenes en México?

No, la respuesta es contundente. Frente a ese horizonte de desimplicación y prepotencia, hay que trazar otro mapa. El del México digno, un país en el que cada joven suma una diferencia. Ese México que ha visto crecer de manera exponencial los medios libres, esas páginas, blogs, sitios que llegaron para disputar palabra, imagen y representación a quienes por muchos años han ejercido y pretenden seguir ejerciendo el monopolio y el control de aquello que debe ser contado y aquello que debe permanecer oculto, en el silencio. Lo dijo el movimiento #YoSoy132, en 2012: “ahora nosotros damos las noticias”, mientras proyectaban videos en las paredes de Televisa y volaban globos de Cantoya y, han cumplido.

La diversidad imaginada por los jóvenes, se llama hoy FM 4 Paso Libre, esa imaginación de otras formas de entender las fronteras; abrir la vida a los desiguales, cuidar la vida otra, arropar la necesidad y hacerla visible. La rabia digna, esa que sabe reír y hacer de un gesto, un trueno, una explosión, son los muchos de ustedes que bordan con amor el nombre y la historia de una persona desaparecida, un relato que restituye la historia de quienes, en esta ruleta del horror, están en las sombras. He visto entremezclar hilos a los que no distingue un género: nombrar, bordar los muertos en este país dejó de ser una tarea de mujeres que lloran en el zaguán.

Son jóvenes los que trazan los mapas que dibujan el territorio que cada día hay que arrebatar al extractivismo, esas minas a cielo abierto que engullen riquezas y cuerpos; son jóvenes, hoy hábiles fotoperiodistas, los que retratan con sus celulares el tremendo avance de la represión y la violación a los derechos humanos.  Pero son también jóvenes, los que trazan imaginaciones del porvenir: cruzan el aire en piruetas, ganan competencias, hacen música, diseñan aplicaciones, se ejercitan en juicios orales, experimentan en los laboratorios; ahí están y ese es también México, el México que ellas inventan cada día. Inventar, in- venire, hacer venir, esa es la clave y la perspectiva para no sucumbir ante el horror. 

Los veo ahí, donde logro aún imaginar un país. México en sus jóvenes, imaginando y trayendo el porvenir. No tengo tiempo de nombrarles a todos, pero si tengo tiempo para decirles que les tocó difícil. Que las artes del lenguaje, de la técnica, de las matemáticas, de la estética, del derecho, no serán suficientes y que será su voluntad y su  estar y ser con otras y con otros, la medida que mida sus imaginaciones y sus ganas de futuro.

Por tanto, pienso que ser universitario es una opción política, no la que ejercen esos profesionales de la mentira y el deshonor, no la que cubre de vergüenza este país; sino esa política que entendemos como la práctica cotidiana de interrumpir el orden de la dominación y para poder interrumpir ese poder que acumula y destruye, hace falta compromiso y deseo. Comprometerse, es sentir y actuar con otros.

Dijo un pensador llamado Deleuzze que “no deseamos el objeto, sino el paisaje que el objeto, logra proyectar de mi misma”. Es una expresión que me ha perseguido durante varios años, porque me parece que así dicho, el deseo es fundamentalmente una forma de agencia, de volvernos actores de este tiempo  y de este lugar. No soy el objeto que deseo, soy el paisaje que deseo, la proyección de un horizonte posible que el “objeto” construye: el saber como deseo, la emoción, el mapa deseable de un país. Estar en el lugar primero para asistir al lugar del nacimiento de esa cosa. Hoy y aquí, ITESO, 23 de agosto de 2016, en este lugar, en este tiempo clave, intercepto al México por venir, ese México encarnado en sus jóvenes.

Error de script: detener el script, depurar el script

En el año 2008, un equipo de científicos de la Universidad de Osaka, descubrió una proteína que sirve para transmitir más rápido información visual del ojo al cerebro. Ese invento ha resultado clave para tratar enfermedades que producen ceguera y, lleva -en honor a la agilidad de Pikachu-, el nombre de Pikachurina. Deseo grandes dosis de Pikachurina para todos nosotros, porque como les digo a mis estudiantes hay que ejercitarse en la metodología de los thunder cats, cuando Leono, su líder, levantaba su espada y gritaba: Espada del augurio, déjame ver más allá de lo evidente.


1 comentarios:

Unknown dijo...

Felicidades por esta conferencia, es un excelente trabajo y una gran lección para todos los que asistimos a la lectio brevis. Asimismo, creo que nos ha motivado para hacer algo por nuestro México y por nuestros jóvenes, de quienes espero hayan sentido la misma motivación.

Atentamente,
Fernando Sierra Escobell
Profesor de asigntura DHDU

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