Globalizar la solidaridad: palabra, escucha y acción
10 de marzo de 2015
Para las y los jóvenes, más que nunca
En los últimos 30 años, la aceleración tecnológica y el
crecimiento expansivo de las industrias culturales, los medios de comunicación digitales
y de manera especial, la vitalidad de la llamada web.2, que ha posibilitado el
intercambio en tiempo real entre personas de muy distintos lugares, creencias,
ideologías, utopías, ha impactado entre otras cosas, la forma en la que nos
relacionamos entre nosotros y el modo en que percibimos el mundo.
Algo importante ha cambiado en el paisaje, hoy como nunca es
más fácil salir del propio territorio sin salir de él, y por el propio
territorio no me refiero a la propia ciudad, al país, ni siquiera al propio
barrio, si no a esa burbuja que nos aisla de las y los demás y en la que nos
aislamos para no perturbar nuestra (aparente) calma; hoy como nunca los
desafíos que enfrentamos como personas, comunidades, países, hemisferios y
plantea nos obligan a transgredir ese mapa
que nos ata a la comodidad de lo conocido, a sacudirnos la indiferencia sobre
lo que acontece y lo que LE acontece a nuestros semejantes. El mundo entero que
debe interpelarnos cada día porque no solamente somos pasajeros que contemplan
el paisaje distraídamente, si no caminantes que afectamos y somos afectados por
las acciones o la no acción de otras y de otros.
La afección es
una emoción que me toca. Hay dos tipos de afectos o emociones, a los afectos que aumentan mi potencia (de actuar, de estar en
el mundo) los llamaremos alegrías; a los afectos que disminuyen mi potencia,
los llamaremos tristezas” (2003). Es decir, me entristece aquello que atenta o
descompone mis relaciones con el mundo; me alegra aquello que ayuda a componer
o a crear nuevas relaciones con el mundo.
En
México, solamente en enero del año en curso, cada 24 horas se reportaron tres
secuestros, al menos doce extorsiones, y 43 homicidios violentos, repito, cada
24 horas. Esto me entristece y cuando estoy afectada por la tristeza, disminuye
mi potencia, es decir, mi capacidad de actuar, de hablar. Y a veces para evitar
esta tristeza, optamos por no escuchar, por no ver, por replegarnos: no saber
para no ser afectados. Pero esta no es una salida, porque aunque yo no lo sepa,
mi entorno está siendo afectado y por ello se descomponen mis relaciones con el
mundo.
En
la actualidad hay 22 países en guerra, con costos humanos terribles y
dolorosos, lo que el poder llama “daños
colaterales”, que en realidad significa la vida de niñas y niños, destrozadas;
familias atravesadas por el dolor y la pérdida; la desaparición del futuro. A
veces, pensamos, es mejor no saber. Preferimos no estar tristes.
Aun
hoy, 603 millones de mujeres viven en países donde la violencia contra ellas no
se considera delito. Más del 70% de las mujeres de todo el mundo han sufrido
una experiencia física o sexual violenta, el 50% se cometen contra niñas
menores de 16 años. Además, más de 60 millones de niñas de todo el mundo están
casadas antes de los 18 años. Las mujeres y las niñas componen el 80% de las
800.000 personas que cada año son víctimas de trata, el 70% de ellas, con fines
de explotación sexual. En México, la trata de mujeres y niñas, es un problema
serio.
Tan sólo en el año
2012, fallecieron en México 20 658 jóvenes, por causas violentas. La
muerte por agresión para hombres y mujeres, alcanza el 44.1%, lo que implica 16
mil 298 vidas cegadas por las violencias directas que azotan este país. Quizás
sea mejor no saberlo.
47 mil migrantes han
perdido la vida a manos del crimen organizado a su paso por México en los
últimos 6 años, según documenta la International Organization for Migration
(IOM, 2014). Los migrantes deben atravesar un poco más de 5 mil kilómetros, los
que hay entre el Río Suchiate, en Chiapas y el Río Bravo en Tamaulipas. A bordo
de “La Bestia”, el tren de carga que parte de Arriaga en Chiapas, para llegar a
Nuevo Laredo, centenas de hombres, mujeres, niños, intentan cruzar hacia ese
“otro lado”. En esa travesía, cosas malas pasan. Y no sabemos, hay personas que
quieren no saber.
Y mientras aquí
discutirmos, la Cámara de Diputados aprobó la Ley General de Aguas, que para
efectos prácticos atenta contra el derecho al agua y supone la privatización,
lo que afectaría a los grupos ya de por sí vulnerables. ¿Pueden imaginar un
país o mundo donde los ríos, las lagunas, las presas, sean privadas?
Pero no intento hacer
aquí un catálogo apocalíptico o un inventario del horror; me esfuerzo, por el
contrario en mostrar el paisaje que demanda cada día nuestros mejores
esfuerzos.
La única manera de
aumentar nuestra potencia, es decir nuestra alegría, aquella que experimentamos
cuando creamos o recomponemos las relaciones con el mundo, es la solidaridad.
La solidaridad es el
vínculo que nos une a otras y otros; la solidaridad es el lazo que ata a una
persona con la comunidad (inmediata o planetaria), y es el lazo que ata a la
comunidad con cada persona o grupo de personas: #TodosSomosAyotzinapa, no es
solamente un hash tag, es la expresión de una comunidad extendiendo sus
vínculos protectores hacia aquellos que lo necesitan. Solidaridad es compartir
con otras y otros sentimientos (me lastima tu pobreza, me hiere la injusticia a
la que estás siendo sometida o sometido, me indigna tu muerte absurda, me duele
que no estés y no saber dónde estás), es compartir con otras y otros,
dificultades (no quiero que el mundo se privatice, me da rabia que pueblos
originarios, comunidades enteras sean despojadas de su territorio, los
migrantes son personas).
Solidaridad es ante todo la conciencia del
sufrimiento del otro y ello me exige actuar en consecuencia. La solidaridad
está hecha de muchos pedacitos de nosotros mismos, de ese pedacito que es capaz
de sentir compasión, sufrir con el otro; de ese otro trocito con el que sabemos,
sin palabras, que la difícil o intolerable situación de las y los otros es
también asunto mío. Por las y los otros, sentimos simpatía o empatía, que no
son lo mismo. La simpatía es la inclinación afectiva hacia otras personas, nos
caen bien; pero no hay necesidad de que tengamos ninguna inclinación afectiva,
para experimentar la empatía que es, en las palabras mas sencillas que
encuentro: ponerse en el lugar del otro, decimos acá: ponerse en los zapatos
del otro. Así la empatía es la emoción que antecede a la solidaridad. La
simpatía es generalmente espontánea; la empatía, por el contrario requiere una
operación cognitiva, un esfuerzo conciente por entender el contexto, la situación,
en la que ese sufrimiento se produce.
Miremos nuestros pies y nuestro calzado y
preguntémonos todos juntos, cuántos zapatos soy capaz de calzar para caminar
con otros.
Y es justo ahí, en ese momento, en el que podemos
imaginar los recios huaraches de los campesinos despojados caminando bajo el
sol ardiente, para exigir que las mineras no expropien sus territorios;
imaginar los tenis desgastados de los migrantes en su terrible peregrinar por
esos caminos que los excluyen y los matan; imaginar los pies descalzos de los
niños en la Tarahumara y las huellas que dejan en sus juegos o en los
recorridos para buscar agua; los huaraches, botas, tenis, de los 43 estudiantes
de Ayotzinapa en su devenir incierto, qué calles anduvieron, que piedras
lastimaron sus pisadas, que tierra marcó la noche que caminaron hacia el
horror. Miremos nuestros pies, por tres segundos, no solo nuestro corazón. Así
se abre paso la solidaridad y esa consigna fundamental, escrita en el año 165
A.C. por Terencio, un dramaturgo: Soy humano, nada de lo humano me es ajeno.
Nada de lo que sucede, me puede dejar indiferente.
La indiferencia y el silencio son los enemigos
naturales de la solidaridad.
Pero ¿es posible ser solidario sin vivir
permanentemente en la tristeza? ¿Sin ver disminuida nuestra potencia de actuar?
El sistema en el que vivimos, que prioriza la
ganancia sobre la vida, quiere hacernos creer, que no podemos hacer nada, que
más nos vale seguir ciegos, mudos, ignorantes felices, porque al fin y al cabo
nada es posible.
Pero hay muchas y muchos entre ustedes que ya han
decidido dejarse afectar y hacer de la escucha, la palabra y la acción un
camino hacia la alegría.
Frente al sombrío paisaje de muerte, desaparición,
violencia, hay entre ustedes, caminantes que bordan por la paz cada miércoles
sin faltar uno, bordando con hilos infinitos de solidaridad los nombres de los
desaparecidos, los muertos, las mujeres asesinadas por crímenes de odio,
prestando manos y corazón para no permitir el olvido. Hay entre ustedes quienes
acompañan y participan en organizaciones para la defensa de los derechos
humanos, jóvenes expertas y expertos en derecho internacional, en derechos
humanos, que suman sus cuerpos como bloqueos amorosos contra la barbarie y la
impunidad.
Eso es caminar hacia la alegría, hacia esa
solidaridad que importa.
Hay entre ustedes quienes investigan, acompañan,
alimentan, migrantes, lo hacen con conciencia, no como limosna o buenas
acciones, si no como personas afectadas por el sufrimiento del otro. Hay entre
ustedes gente que analiza medios, redes, sistemas comunicativos para hacer
visible la censura, el manejo mezquino de lo público y aprenden y nos enseñan.
Caminan.
Hay entre ustedes quienes caminan el cerro, los
barrios, las colonias, para hacer del graffitti y el rap, elementos para la
emancipación de esas y esos otros
jóvenes que cada día son sometidos a la evidencia de que son prescindibles,
redundantes, sacrificables.
“Pude haber sido A(YO)tzinapan” decían varios de
los carteles con los que muchos de ustedes marcharon para exigir justicia por
los estudiantes de la Normal Raúl Isidro Burgos en Iguala. Ví hacer
mantas, esténcil, poesía, tuits
callejeros; ví transcurrir conversaciones a fondo. Vi una comunidad estudiantil
dispuesta a afectar y ser afectada por lo que sucede.
Eso es alegría y esa es la solidaridad que tiene
anclajes muy profundos, aquella que escuchando, se resiste a callar; aquella
que tomando la palabra, se niega a renunciar a la acción.
¿Qué es lo que hace la solidaridad? Primero
nos lleva de
la desesperanza y la tristeza, a la indignación, y a partir de ahí se desata el
vértigo de una emoción colectiva que nos
hace fuertes para atravesar las capas del miedo y la tristeza. ¡No basta con
indignarse!, como señaló el autor del manifiesto ¡“Indignaos”! (2011) Stéphane
Hessel, en su incitación a la movilización titulada ¡Comprometeos! (2011b),
Comprometanse! El compromiso nace de la solidaridad, que equivale a sentir y
actuar con otros, a imaginar y desear un bien común para y con otros. Ese
advenimiento de la solidaridad, esa emoción primaria del con-dolerse enamorarse
y desear su bien, es el principio telúrico del cambio que requerimos con
urgencia. Actuar así, anuncia la llegada de lo que parecía imposible.
Frente
a la globalización del capital, de las mercancías, del extractivismo predador,
globalicemos la solidaridad para traer el mundo que queremos para todas y
todos.
Escuchar,
acudir, decir, actuar, eso he aprendido de las y los jóvenes.
Guadalajara, 10 de Marzo de 2015
1 comentarios:
Qué cosa tan hermosa Rossana, me llegó a las entrañas. A veces creo que a nosotros se nos acabaron los ojos para ver. La polarización en la que estamos sumergidos es asfixiante, parece no tener atisbos de esperanza. Leyendo veo que quizás es porque le seguimos dando más protagonismo; le damos un eco enorme a los hechos de violencia, en cambio a los gestos de solidaridad, los miramos con cierto desdén y los tachamos de insuficientes... Mucho por aprenderte.
Publicar un comentario